Pasar la noche entera, o casi, “de marcha” se ha convertido en la opción preferida de ocio para muchos jóvenes y adolescentes, como cualquiera puede observar y un reciente estudio corrobora en España. Tales planes suelen incluir excesos en la bebida, y a veces droga, sexo esporádico, peleas o accidentes. Esto invita a plantearse cómo proponer a los jóvenes otras formas más seguras de divertirse
“Más del 80% de los jóvenes madrileños de entre 15 y 24 años centran su forma de ocio en la marcha nocturna y afirman que les compensa salir toda la noche, a pesar de los riesgos (embriaguez, peleas, relaciones sexuales sin protección, etc.) que puede implicar”. Ésta es una de las principales conclusiones del estudio Ocio y riesgos de los jóvenes madrileños realizado por la Fundación de Ayuda contra la Drogadicción (FAD), Obra Social Caja Madrid y el Instituto de Adicciones del Ayuntamiento de Madrid, y publicado el 27 de enero pasado.
Estos datos son, en general, extrapolables al resto del país.
Los motivos que tienen los adolescentes y jóvenes para preferir llenar su tiempo de ocio saliendo de marcha nocturna frente a otras alternativas son bien conocidos.
El atractivo de la noche
En primer lugar, dice el estudio, “la noche se les presenta como espacio para la experimentación”.
Les atrae porque diluye los límites y relaja las responsabilidades. En las salidas nocturnas no hay control de los padres, no hay que dar cuenta de lo que se hace, todo está permitido. Los defectos se difuminan, se aparcan los deberes y se puede ser lo que no se es durante el día.
A los adolescentes les cautiva la marcha nocturna porque creen encontrar ahí la libertad recién descubierta y la quieren estrenar a toda costa. La noche les permite bailar, beber, desinhibirse, probar nuevas experiencias, ser otros durante unas horas, relacionarse sin poner en juego nada más que la epidermis… Los tímidos se vuelven osados; los rechazados se sienten queridos; los solitarios, acompañados; los menos agraciados se ven guapos; los inseguros cobran seguridad; los antipáticos parecen simpáticos; los inocentes pierden la inocencia.
El ocio nocturno se resuelve generalmente en una discoteca o un disco-bar (sólo dos de cada diez hacen botellón). Esos locales están hechos para enmarañar los sentidos y adormecer la razón y, así, dejar a los chicos y chicas al vaivén de los instintos. Las luces relampagueantes anulan la vista; la música estridente, el oído; el alcohol anula el gusto y el habla; el ambiente cargado, el olfato, y la aglomeración de cuerpos, el tacto. El desbarajuste de los sentidos obnubila la razón, la comunicación se hace imposible, se habla a gritos (o mediante la pantalla del móvil) y el contacto físico sustituye a las palabras: en una pista de baile hay poco que decir.
Doctor Jeckyll y Mister Hyde
En segundo lugar, los jóvenes perciben la marcha nocturna “como fractura en la rutina cotidiana”.
Miles de jóvenes son adictos al fin de semana. Viven pensando en que llegue el viernes para arrojar todo por la borda y divertirse hasta que el cuerpo aguante. Dividen la semana en dos: los días de labor, donde hay que someterse a la disciplina cotidiana, ir al cole o a trabajar; y el finde o weekend, cuando son libres y dueños de su tiempo. Entre ambos periodos se abre un muro que cada vez resulta más difícil traspasar.
Todos esos jóvenes y adolescentes viven una auténtica esquizofrenia: son Doctor Jeckyll entre semana y Mister Hyde los fines de semana. Un chico lo reconocía: “Yo no soy yo entre semana; realmente soy yo mismo de viernes a domingo”. Y la verdad es que, en muchos casos, poco tiene que ver la imagen que dan en el aula o en casa con la que muestran fuera.
Si recordamos la novela de Robert L. Stevenson, el doctor Henry Jeckyll era un médico que descubrió una sustancia que le permitía convertirse a voluntad en Mister Hyde. El problema vino cuando no pudo controlar la metamorfosis y la personalidad de Mr. Hyde se fue haciendo más fuerte que la suya. Algo parecido les pasa a esos adictos al fin de semana: se sienten ellos mismos cuando son Mr. Hyde, en esos momentos de ocio donde reina el “buen rollo” y desaparecen las preocupaciones, los deberes, las obligaciones y las normas.
Peligroso viaje de exploración
Tercero, los adolescentes ven el salir de noche “como instrumento esencial en la búsqueda de una identidad personal y grupal”.
Salir con los amigos, ir de marcha, a la discoteca, a un concierto o a una fiesta, es sinónimo de libertad. En ese momento, el adolescente siente que traspasa una frontera que separa dos mundos: el familiar, dependiente e infantil, del social, independiente y juvenil. Si el primer mundo le aporta seguridad, bienestar y afectividad, el segundo le da la oportunidad de correr riesgos, de divertirse y de probar nuevos sentimientos.
Cuando van de marcha van a la aventura, a ver qué hay, a ver qué pasa. El adolescente que sale de noche busca nuevas experiencias que le ayuden a identificarse a sí mismo. Quiere saber quién es y qué rol le corresponde dentro del grupo, y para eso la noche le proporciona todo un campo de experimentación.
El problema es que ese viaje de exploración resulta peligroso y los adolescentes asumen sin reflexión alguna demasiados riesgos. Embriaguez, drogas, peleas, relaciones sexuales sin protección… se ven “por la noche” como actividades ampliamente normalizadas.
Los datos que ofrece al respecto el estudio de la FAD son elocuentes: “Casi siete de cada diez dicen haberse emborrachado en el último año (el 32% entre cuatro y veinte veces y un 18,8% casi todos los fines de semana). Más del 45% viajó con alguien que había bebido o tomado drogas (13,4% con frecuencia media y casi el 2,5% de forma habitual). Un 31,4% se vio envuelto en peleas (7,4% con cierta frecuencia y 1,5% habitualmente). Más del 25% tuvo relaciones sexuales sin preservativo (7,2% hasta veinte veces y 2,0% todos los fines de semana). Un 13% condujo bebido (3,9% con frecuencia intermedia y 1,7% con gran frecuencia). Un 11,3% provocó peleas (1,5% con cierta frecuencia y 1,9% habitualmente). Y un 6,8% de jóvenes condujo habiendo consumido drogas (1,8% con frecuencia media y 2,2% casi todos los fines de semana)”.
Cumplen las expectativas
Pero el estudio de la FAD apunta tímidamente a un cuarto motivo por el que el ocio nocturno tiene tanta trascendencia para los jóvenes: salir de marcha lo perciben “incluso como oportunidad de ejercicio de los tópicos que la sociedad adulta espera del joven”. Es decir, ellos se limitan a cumplir las expectativas que los adultos tienen sobre ellos.
Este es el motivo más significativo de los cuatro. Los tres primeros son comprensibles: el joven necesita experimentar, romper con la rutina y buscarse a sí mismo, son realidades inherentes a su edad. Sin embargo, que esas “necesidades” las desarrolle casi exclusivamente saliendo de marcha, que esa sea la mejor forma que encuentra para ser joven porque es lo que la sociedad espera que haga, resulta realmente preocupante.
Cada vez que un estudio sobre la juventud pone en tantos por ciento lo que todos sabemos, los adultos ponemos el grito en el cielo, pero no hacemos nada. Al revés, seguimos fomentando que las cosas sigan igual porque lo que muchos adolescentes y jóvenes perciben es que esperamos de ellos que hagan lo que hacen.
Entre el estoicismo y el hedonismo
La sociedad en que vivimos danza entre el estoicismo y el hedonismo: el estoicismo de los días de labor, cuando uno se somete a la disciplina de los horarios, el trabajo e, incluso, las dietas alimenticias, y el hedonismo del fin de semana y las vacaciones, cuando uno disfruta de la vida, rompe los horarios, la dietas y las normas y aprovecha para divertirse. Si los adolescentes y jóvenes perciben ese dualismo, es normal que se apunten a él.
Como consecuencia, a los jóvenes les resulta “muy difícil o imposible enfrentar actividades alternativas”, como advierte el estudio de la FAD.
En el fondo, los jóvenes y adolescentes están cansados de hacer lo que hacen pues lo hacen porque no tienen otra cosa que hacer, porque la sociedad no les ha dado otras alternativas. Se han acomodado a lo que hay, han cogido el paso a la estúpida danza entre el estoicismo y el hedonismo que los adultos bailamos.
sábado, 13 de febrero de 2010
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