lunes, 17 de mayo de 2010

MANIPULA QUE ALGO QUEDA

          Sostenía Axel Springer, editor del Bild-Zeitung, que cierta clase de público “odia pensar”. Y sus críticos señalaban esa frase como explicación al sensacionalismo característico del diario más vendido de Europa. Hay algo más que eso: estamos ante el resquicio por el que se cuelan todos los intentos de manipulación del lenguaje, destinados a simplificar en el receptor el proceso de asimilación mental de las ideas que recibe, para orientarlas en el sentido deseado por el emisor.


          El estudio experimental de esos procesos es relativamente reciente. Los expertos todavía discuten si son las sensaciones, las imágenes o las palabras las que están en el origen de los conceptos. En cualquiera de las tres hipótesis “nuestro pensamiento toma forma y se estructura mediante el lenguaje: pensamos en palabras. Y si variamos su significado, de hecho estamos cambiando también nuestro pensamiento”, afirma Juan Manuel Pulido, psicólogo especialista en modificación de conducta. En consecuencia, “el recurso a eufemismos es una manera sibilina pero muy efectiva de cambiar nuestra postura con respecto a hechos morales o realidades políticas”.

          Cualquier elemento de la realidad es, pues, susceptible de una denominación que lo suavice, y así el terrorismo se disfraza de “lucha armada” con la misma facilidad con la que un despido masivo se pone la máscara de “ERE” o un noruego como el futbolista John Carew, ex del Valencia, hoy en el Aston Villa, llegó a verse definido como “afroamericano” o “subsahariano” por algún comentarista demasiado temeroso de mentar el color de su piel.

          La idea de asociar un elemento emotivo a una palabra para retorcer su significado no es nueva, si bien dispara su efectividad a partir de 1789, cuando va de la mano de su principal beneficiario: la ideología de la modernidad, antítesis de un pasado ‘oscuro’. La libertad se perfuma de mística junto a la guillotina de Robespierre, y la revolución de heroísmo, y no de olor a crimen, gracias al éxito propagandístico de la fracasada Comuna de París.

Impresionar para no pensar

          “Son palabras colgadas como letreros a los sucesos, a las que se ha despojado de su sentido original, para darles otro postizo, muy rudimentario, que si suscita pocas ideas en quien las oye, en cambio provoca emociones de toda clase, que son las que determinan el significado nuevo”, afirma Mario Soria, estudioso de los fenómenos de manipulación informativa, que recuerda el uso que soviéticos y norteamericanos supieron hacer de los tres conceptos trastocados clave del siglo XX: fascismo, socialismo y democracia.

          Cuando escuchamos que defender el orden público es “fascista”, o que la URSS no era un “verdadero socialismo”, o que la autoridad del maestro en clase es contraria a la “democracia”, lo relevante no es la afirmación en sí, sino la identificación valorativa buena o mala que le damos a esas tres palabras independientemente de a qué se apliquen. ¡Lo que ha funcionado es la sugestión manipuladora!

          Robert H. Thouless, profesor de Psicología Educativa en la Universidad de Cambridge, la definió así: “Si unas afirmaciones se hacen reiteradamente y de manera resuelta, sin argumento ni demostración, entonces los que las oigan tendrán a creerlas sin pensar en absoluto en su solidez ni en la presencia o no de evidencia que las apoye”.

          Podríamos pensar que conocemos el truco y estamos prevenidos contra él, pero no es así. “Ese lenguaje cala, claro que cala”, a causa de su potencial manipulador, nos explica el sociólogo Amando de Miguel: “Tendemos a creer que el lenguaje sirve para comunicarse, pero no sólo sirve para eso. También para des-comunicarse, es decir, para no decir la verdad, porque el lenguaje es un arma”. Y con muchos registros, añade, desde los conceptos alambicados a las metáforas, pasando por el alargamiento del discurso: “Se trata de usar el mayor número posible de palabras para expresar el menor número posible de ideas”.

          Volvemos, pues, a Axel Springer: impresionar para no pensar. Un ejemplo entre mil, muy significativo. En cierta ocasión, como parte de la campaña mediática que condujo a la Ley Integral contra la Violencia de Género, un informativo de televisión abrió con una primera noticia sobre la oleada de violencia “doméstica”, manifiesta en tres casos de agresión: un drogadicto transeúnte a su mujer drogadicta en disputa por la dosis, un soldado a su novia a quien sorprendió con otro joven, un hombre a su ex pareja por haber roto con él.

          No había domus (‘hogar’) en ninguno de los tres casos, luego no era violencia doméstica. No había elemento común: drogas en un caso, celos en otro, una obsesión posesiva en el tercero. Pero sí era única la fuerte carga emocional destinada a obtener el efecto buscado: el apoyo a las medidas propuestas por el lobby feminista, restrictivas -se vio después- de los derechos constitucionales.

ALBA

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