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Una propuesta de sabiduría
Publicado en ABC
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Concretamente, el Santo Padre ha señalado que «el punto clave es el valor que se atribuye a la cuestión del sentido y a su implicación en la vida pública». Pero atención: «No se trata de una confrontación ética entre un sistema laico y un sistema religioso, sino de una cuestión del sentido al que se confía la propia libertad». En efecto, las personas no pueden vivir sin un ideal que dé sentido a su existencia.
Con este horizonte, en el avión que le traía de Roma, Benedicto XVI apuntaba tres metas o desafíos: la necesidad de superar el racionalismo cerrado a la trascendencia; la necesidad, para la fe cristiana, de abrirse a las «cosas concretas» y a la «responsabilidad respecto al mundo», y la urgencia, en la perspectiva cristiana, de volver a «la conversión, la oración, la penitencia y las virtudes teologales», puesto que los problemas más importantes para la Iglesia no provienen de fuera, sino de dentro y consisten sobre todo en los pecados personales. En ese marco, el Pontífice ha reafirmado que la Iglesia sigue comprometida en el diálogo con las culturas. Un diálogo «que ayude a que las personas se abran a todo lo bueno, lo verdadero y lo bello».
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Sentido de la vida y propuesta cristiana
Publicado en Cope.es
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Lo ha dicho Benedicto XVI a su llegada a Portugal: “El punto clave es el valor que se atribuye a la cuestión del sentido y a su implicación en la vida pública”. “No se trata —ha explicado– de una confrontación ética entre un sistema laico y un sistema religioso, sino de una cuestión del sentido al que se confía la propia libertad”. En efecto, es difícil vivir sin un sentido.
A este propósito cabe citar al doctor Irving D. Yalom —que recibió en el año 2000 un premio de la “American Psychiatric Association” por su contribución al campo de la religión y de la psiquiatría—, cuando afirma: “Me parece evidente que los proyectos vitales tienen un significado más profundo y poderoso si llevan a trascenderse, es decir, si se dirigen a alguien fuera de uno mismo, el amor por una causa, el proceso creativo, el amor a los demás o a una esencia divina”. Los animales —observa— no se proponen algo así; sin embargo, es frecuente ver a un perro al que su amo le tira un palo, cómo entra en una trepidación de misión. “Quién de nosotros —se pregunta— no ha tenido el deseo: ¡Si yo tuviera alguien que me tirara el palo!”.
Volviendo al discurso del Papa en su llegada a Lisboa, la fe cristiana vivida coherentemente es “una propuesta de sabiduría y de misión”. Y esa propuesta suena así: “La relación con Dios es constitutiva del ser humano, que ha sido creado por Dios y destinado a Dios: por su propia estructura cognitiva busca la verdad, tiende al bien en la esfera volitiva, y en la dimensión estética es atraído por la belleza. La conciencia es cristiana en la medida en que se abre a la plenitud de la vida y de la sabiduría, que tenemos en Jesucristo”.
Poco antes, en el vuelo desde Roma, planteaba Benedicto XVI tres cuestiones como introducción a su viaje: acerca de la fe, de la relación con el mundo y del pecado.
En primer lugar hablaba de la necesidad de superar la oposición —vigente en los últimos siglos— entre un racionalismo cerrado a la trascendencia y la fe cristiana. Un ejemplo actual es la crisis económica, que ha puesto de relieve la necesidad de que la ética y una antropología trascendente informen la economía.
Al mismo tiempo señalaba un defecto en la comprensión y en la vivencia de la fe cristiana: “Hemos de confesar también que la fe católica, cristiana, era con frecuencia demasiado individualista, dejaba las cosas concretas, económicas, al mundo, y pensaba sólo en la salvación individual, en los actos religiosos, sin ver que éstos implican una responsabilidad global, una responsabilidad respecto al mundo”.
Por último, ha aludido a cómo los sufrimientos y los ataques más importantes que recibe la Iglesia no son los que vienen de fuera sino “del interior de la Iglesia, del pecado que existe en la Iglesia”. Por eso es necesario “volver a aprender algo esencial: la conversión, la oración, la penitencia y las virtudes teologales”.
Estamos ante una lección sobre la fe cristiana y la visión cristiana del mundo (la secularidad) nada ingenua y tampoco pesimista. Es la sabiduría cristiana que propone al mundo abrirse a la fe, que señala que la fe debe vivirse atendiendo a las cosas concretas del mundo, y que es necesario luchar contra el mal comenzando por los pecados personales. Ciertamente —concluía— “siempre el mal ataca, ataca desde dentro y desde fuera, pero también las fuerzas del bien están presentes”.
No es un mensaje triste ni escéptico. Es la propuesta de sentido que brota de la fe cristiana. Un sentido que no se encierra en la pura subjetividad, sino que tiene la capacidad de dialogar con la razón y con las culturas, para enriquecerlas. Por eso —les decía el Papa a los periodistas en el avión— “la Iglesia está abierta a colaborar con quien no excluye ni reduce al ámbito privado la esencial consideración del sentido humano de la vida”.
ALMUDÍ
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