La ONU y sus agencias prefieren combatir la pobreza impidiendo que nazcan pobres.
La ONU, a través de su agencia del Fondo de Población (UNFPA), empleó su formidable maquinaria de transmitir mensajes al mundo para anunciar que en la medianoche del 30 de octubre nacería el habitante del planeta número siete mil millones. Y dio detalles: probablemente nacería en Asia o el norte de África. Llegó el día, y las televisiones de todo el orbe ofrecieron las imágenes de una niña filipina, a la que se puso el nombre de Danica Camacho, además de otros dos bebés nacidos en el mismo momento en otros puntos del globo, cuyos papás aspiraban a ciertos premios en forma de ayudas diversas, o incluso en metálico, destinados al afortunado poblador del mundo con un número tan redondo.
Obviamente, tomarse en serio este asunto es un insulto a la inteligencia, pues no hay modo de contar los pobladores de la Tierra uno por uno, ni de señalar la hora y el minuto del nacimiento del habitante número siete mil millones. Se trata simplemente de una campaña propagandística y emocional de las que acostumbra a lanzar la ONU cuando quiere transmitir un mensaje alarmante a la gente con tantos buenos sentimientos como poco espíritu crítico. Los ingredientes de la campaña están bien calculados: el recién nacido es niña; su apellido es español, y su nacionalidad, filipina, país asiático de cerca de 96 millones de habitantes, con aplastante mayoría católica (algo más del 80 por ciento).
Estos datos no son baladíes, porque la Iglesia católica es la más importante institución del mundo contraria a las políticas de control de la población que el UNFPA llama “programas de salud reproductiva”, y porque la América hispanohablante se resiste a las imposiciones y los chantajes del UNFPA para implantar leyes anticonceptivas y abortistas y esterilizaciones masivas. Finalmente, como anzuelo seguro de la campaña, se usa lo que suelo llamar matemática recreativa, en forma de proyecciones apocalípticas de población para dentro de veinte, cincuenta, cien años, en una Tierra presuntamente abarrotada de gentes miserables, hambrientas y sin futuro.
¿Cuál es el mensaje? Es sencillo: el mundo está dramáticamente superpoblado, es necesario controlar el aumento de la población para que la Humanidad pueda sobrevivir, y oponerse a ese control debe ser considerado como algo intolerable e inhumano.
A la vista de todo esto, ya que el UNFPA sitúa su campaña en el terreno de la matemática recreativa, usemos la misma herramienta. Y lo que hallamos enseguida es que el planeta Tierra está prácticamente vacío. En efecto, si trazamos un cuadrado de 84 kilómetros de lado (la distancia que hay entre Madrid y Horcajuelo de la Sierra, o entre Zaragoza y Daroca), cabe toda la población mundial: caben siete mil cincuenta y seis millones de personas. Sin tocarse. A metro cuadrado por persona.
Cabemos muchos, muchísimos más en el planeta azul. El problema del hambre y las carencias básicas para llevar una vida materialmente digna, pues, no reside en una superpoblación mundial inexistente, sino en otros factores, como la propensión de la gente a concentrarse libremente junto a las costas y los grandes ríos, las dificultades de comunicaciones para la distribución de bienes y servicios y, sobre todo, los sistemas políticos despóticos a los que la mayoría de la población mundial está sometida.
Pero es más difícil enfrentarse a estas causas verdaderas del hambre en el mundo mejorando las comunicaciones, suministrando agua potable, difundiendo la instrucción y la higiene, y especialmente combatiendo a los dictadores de toda laya. Y la ONU y sus agencias, financiadas también por esos dictadores, prefieren combatir la pobreza por el expeditivo sistema de impedir que nazcan pobres, porque los ricos ya se ocupan por sí mismos de ser pocos. Y como los pobres del mundo se obstinan en reproducirse, hay que establecer políticas, coactivas si es preciso, de control de la población.
Un grave inconveniente, sin embargo, se presenta para desarrollar estas políticas: es el hedor insoportable a totalitarismo que desprenden, pues no es posible fundar semejante designio más que liquidando todo vestigio de respeto a la dignidad de la persona humana. Para poder irrumpir desde el poder en las decisiones más íntimas de las personas hay que dinamitar, en efecto, la dignidad inherente a todo individuo humano, que es el único cimiento sólido de la convivencia entre personas libres. Y entonces se montan estas campañas que excitan los buenos sentimientos de la gente poco avisada, que acaba aceptando como un bien lo que no es sino una forma de suicidio colectivo.
La ONU cuenta para sus propósitos con el patrocinio de multimillonarias fundaciones, el apoyo de Gobiernos poderosos y el aplauso de sectores ideológicos tan influyentes como ignorantes de lo que es y significa la libertad, y pretende hacer digerible su mensaje destructor con campañas sentimentaloides y engañosas como ésta que presenciamos estos días. La ONU está escribiendo, en realidad, una nueva página para la historia universal de la infamia.
*Ramón Pi es periodista de Intereconomía.
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