Sin ningún ánimo de exhaustividad, vamos a hacer un repaso de algunos conversos que han tenido mayor impacto cultural. Nos limitaremos al área occidental. Sin olvidar nunca que la Iglesia está muy viva y crece en otras áreas geográficas, como Corea, el África subsahariana, la India, China o Taiwan. Donde también son frecuentes las conversiones, incluidas conversiones de intelectuales.
Nuestro objetivo es trazar una panorámica, que nos permita identificar un poco las dimensiones de este fenómeno. Vamos a agrupar a los conversos por áreas lingüísticas. Se trata de un criterio algo arbitrario, pero nos permitirá ordenarlos según una cierta homogeneidad cultural. Son individualidades que no siempre es posible conectar entre sí, como si formaran una red o una secuencia. Lo más característico de una conversión es lo que tiene de relación personal con Dios, cosa que difícilmente se somete a clasificaciones. En todo caso, dividiremos la exposición en dos periodos: la «primera mitad» de siglo (que hacemos llegar hasta la preparación del Concilio Vaticano II; y la «segunda mitad», a partir de los años sesenta.
1) La veta francesa
La primera mitad de siglo significa en Francia un gran crecimiento de la presencia cristiana. Aunque esto no quiere decir que sea un crecimiento general, o que se hayan resuelto las dificultades culturales arrastradas desde la Revolución francesa y la instauración de un régimen republicano de fuerte sesgo laicista. El siglo XIX fue un siglo de renovación cristiana y de muchas fundaciones, después del tremendo trauma de la Revolución. Entre muchos otros, llama la atención la actividad de un converso, el P. Lacordaire, refundador de los dominicos en Francia, después de que esta orden de tanto arraigo hubiera sido suprimida por la Revolución. Al inicio del siglo XX, tenemos una pléyade de grandes dominicos intelectuales. Y, en otro grado, lo mismo sucede en otras órdenes y congregaciones. Como muestra del vigor intelectual de la época, tan llena de personalidades, ha quedado un notable conjunto de obras enciclopédicas cristianas, además de una infinidad de revistas.
En ese clima de vigor intelectual y espiritual, se producen algunas conversiones de enorme y permanente impacto. Basta pensar en los poetas Charles Péguy o Paul Claudel; y en los pensadores como el matrimonio Maritain (Jacques y Raissa) y Gabriel Marcel. Es difícil exagerar la importancia que tienen estos cinco personajes dentro de la cultura católica francesa de la primera mitad de siglo. Tanto por su actividad como escritores, como por sus contactos con muchas otras personas a las que ayudan en el camino de la fe.
Pero también hay más poetas, novelistas y dramaturgos (Max Jacob, Leon Bloy, Charles du Bos, Jean Cocteau, Huysmans, Julien Green); científicos (Alexis Carrel, Pierre Lecomte du Noüy); y militares (Charles de Foucault). Es de notar la del teólogo Louis Bouyer (Du protestantisme à l Église), después sacerdote oratoriano, experto en muchos temas de liturgia y diálogo interconfesional. Más adelante, la conversión de Lustiger, que sería cardenal arzobispo de París y procedía del judaísmo.
El clima de origen de casi todos los conversos franceses es el republicanismo radical típicamente francés, más o menos teñido de socialismo, según los casos. Son hijos tardíos de la ilustración laicista y anticlerical, que domina la mentalidad y las estructuras del Estado, y, de manera especial, la educación oficial, en los liceos y en las universidades. Como testimonio de toda esta época de conversiones, quedan los volúmenes de Convertis du 20 siècle, que editó Casterman, en los años cincuenta. Eran cuadernillos con las narraciones de las conversiones de mayor interés, muchas de ellas francesas, aunque no se limita al ámbito francés.
2) La veta anglosajona
Los cincuenta primeros años del siglo XX son muy importantes para la historia de la Iglesia católica en Inglaterra. Está dando sus primeros pasos desde el cisma provocado por Enrique VIII. A lo largo del siglo XIX el Estado ha suprimido progresivamente las leyes discriminatorias que existían contra los católicos. Se ha establecido la jerarquía católica y están creciendo todas sus instituciones con notable vigor. Por contraste, el anglicanismo padece una crisis doctrinal y espiritual que le lleva hacia posturas cada vez más liberales y, como ellos dicen, latitudinarias, ampliando constantemente los límites para no perder adeptos. Se puede decir que el proceso ha seguido hasta nuestros días, originando un flujo constante de recepciones en la Iglesia católica entre los elementos más preocupados por la identidad cristiana o con mayor amor por la tradición.
En este contexto, tiene una gran importancia, en el siglo XIX, el «movimiento de Oxford». Fue un intento, nacido en el seno de la Universidad de Oxford, para recuperar la identidad espiritual de la Iglesia anglicana. Supone un renacimiento en el terreno de los estudios doctrinales, de la práctica litúrgica y sacramental y de la devoción cristiana. Pero no consigue vencer los obstáculos interiores: por eso, una parte importante de sus miembros pasarán a la Iglesia Católica (Newman), mientras otros permanecen anglicanos (Keble), reforzando su corriente anglocatólica hasta el final del siglo XX. Todo esto será bellamente contado por el historiador Charles Dawson, él mismo converso. Dejará una huella muy honda en la tradición anglocatólica.
Evidentemente, la figura más relevante es el cardenal Newman, quien, al ser obligado a justificar su conversión escribe, probablemente, el relato más famoso que existe sobre una conversión, después de Las confesiones de San Agustín (Apología pro vita sua).
A su vez, Newman influye mucho en otros dos grandes conversos que nos han dejado también espléndidos relatos de sus itinerarios espirituales: G, K, Chesterton (Ortodoxia, Autobiografía), ensayista y columnista, lleno de simpatía y vitalidad. Y C. S. Lewis (Cautivado por la alegría), inteligente ensayista y profesor de literatura en Oxford y Cambridge (después de haber perdido su fe protestante en la infancia, se incorporó a la Iglesia anglicana). Son conversiones, preciosamente narradas, verdaderas obras maestras de la literatura. Se han convertido, ellas mismas, en camino de conversión, con un permanente impacto dentro del mundo anglosajón.
Además, hay notables incorporaciones al catolicismo entre clérigos anglicanos intelectuales (Hugh Benson, Ronald Knox, que llegarán a ser capellanes de Cambridge y Oxford), filósofos (Elisabeth Ascombe y Peter Geach), novelistas (Evelyn Waugh, Graham Greene, Muriel Spark) poetas (Gerard Manley Hopkins, Edith Sitwell); incluso notables actores (Sir Alec Guinnes). De muchas de ellas nos quedan interesantes testimonios. Todo este ambiente está maravillosamente narrado por Joseph Pearce, Escritores conversos. La inspiración espiritual en una época de incredulidad. En 1925 pasó del anglicanismo al catolicismo Frederic Copleston (1902-1994), mientras estudiaba en Oxford: después, jesuita y autor de una monumental historia de la filosofía. También fue importante el acercamiento de Thomas S. Eliot a la Iglesia anglicana, en su versión anglocatólica.
Este movimiento tiene un amplio impacto al otro lado del Atlántico, donde los tres autores (Newman, Chesterton, Lewis) marcan el itinerario de muchos conversos al catolicismo, hasta nuestros días. El mundo americano merecería por sí solo un estudio, teniendo en cuenta su honda tradición de revivals religiosos. El catolicismo ha tenido una presencia creciente y los testimonios de conversos son muy numerosos; algunos muy famosos. Especialmente, Thomas Merton, (1915-1968), de origen cuáquero, se convirtió en 1938, después de muchos viajes y el encuentro con El espíritu de la filosofía medieval, de Gilson. Se haría trapense. Lo cuenta en La montaña de los siete círculos. También se convirtió en 1927, la activista Dorothy Day (1897-1980), alma del Catholic Worker Movement. Lo contó en su novela de fondo autobiográfico The Eleventh Virgin. Menos famosa en su día, pero significativa, la conversión de Avery Dulles, hijo de un Secretario de Estado norteamericano, de origen presbiteriano no practicante. Sería jesuita y famoso teólogo, hecho cardenal por Juan Pablo II. Contó su itinerario en unas primeras memorias (A testimonial to Grace). También se convirtió en 1937, Marshall Mc Luhan que llegaría a ser un famoso ensayista.
3) La veta germánica
Tras la primera guerra mundial, se produce en Alemania (y Austria) una convulsión política y cultural, que produce un fuerte efecto espiritual. Hay una crisis de identidad y de sentido que mueve todas las preguntas. Esto produce también un aluvión de conversiones. Las más importantes proceden del luteranismo, muchas veces con una tradición ilustrada laicista (kantiana y ghoetiana), y desde el judaísmo, generalmente no confesante.
Merece la pena recordar a dos grandes profesores de Sagrada Escritura luteranos, Erik Peterson y Heinrich Schlier que se integraron en la Iglesia católica. También cabe recordar a pensadores como Peter Wust, que recupera la fe, y a Theodor Haecker, que, impresionado por la figura de Newman (y de Kierkegaard) se incorpora a la Iglesia desde el luteranismo. Pero el grupo más interesante, desde el punto de vista intelectual, es el que rodeó a Husserl en Gotinga: los primeros discípulos de la fenomenología, el Círculo de Gotinga.
La fenomenología propiciaba una gran apertura a las cosas y obligaba a poner cuidado en evitar los prejuicios. Esto hizo que entre los fenomenólogos de la primera hora se diera algo así como un esfuerzo de sinceridad, una apertura ante los misterios de la realidad, que los hizo abiertos y respetuosos ante las realidades del espíritu. De este modo, pudieron escuchar las distintas voces del mensaje cristiano. Muchos de ellos, procedentes de un judaísmo apenas practicante, se convirtieron sinceramente al cristianismo luterano (Von Reinach) o católico (E. Stein, Von Hildebrand; y Max Scheler que, después de varias oscilaciones, acabaría fuera de la Iglesia). Son particularmente importantes el testimonio de Edith Stein, en sus escritos biográficos; y el de Von Hildebrand, cuyas memorias todavía no se han publicado (pero existe una agradable biografía escrita por su esposa Alice). Edith Stein, después carmelita exterminada en un campo nazi de concentración, sería canonizada por Juan Pablo II y se convertiría en patrona de Europa. Hildebrand llegaría a ser un gran pensador de filosofía y ética en los Estados Unidos (Fordham) y dejaría una gran huella intelectual. Intervino en otras conversiones, por ejemplo de Hellmut Laun (Cómo encontré a Dios).
En el ámbito de la literatura alemana, merece la pena recordar a Gertrud von Le fort (antes luterana); y al novelista Alfred Döblin (antes judío); también a Franz Werfel, checo, de cultura alemana, que estaría siempre a las puertas del bautismo. Después, el dominio nazi y la Segunda Guerra mundial producirán una amarga crisis en la conciencia alemana, con un alto grado de problematización, que afecta también a los intelectuales cristianos (Heinrich Böll). Y se agudizará, mezclándose con problemas doctrinales (y también con el «complejo antirromano»), produciendo una situación difícil. Con todo, después de una dilatada vida narrada en sus diarios, al final del siglo, hay que notar la conversión del casi centenario Ernst Jünger, premio Nobel de Literatura.
4) La veta hispánica
En España o, más en general, en el ámbito de habla española, no tenemos muchos grandes relatos de conversión. En parte, porque el clima general es católico y las conversiones pueden suscitar menos impacto. En parte también porque se realizan de una manera progresiva. En nuestro ámbito escasean las grandes conversiones intelectuales, aunque sean frecuentes las conversiones de intelectuales. Ha sido frecuente, por ejemplo, el caso de pensadores laicistas, bautizados en su infancia, que, por la influencia de una esposa practicante, con la edad, se reconcilian con la Iglesia.
Aparte del caso singular de Donoso Cortés en el XIX, en la primera mitad del siglo veinte, encontramos otros casos notables. Quizá el más interesante, desde el punto de vista intelectual, es el de Manuel García Morente, amigo y colaborador de Ortega, Decano de la renovada facultad de filosofía de la Universidad Central de Madrid. Gran intelectual que deja un estupendo relato de su conversión (El hecho extraordinario), que podría ponerse dentro del grupo de los grandes relatos, junto a los de Chesterton o Lewis.
También se puede destacar el caso de la novelista Carmen Laforet, autora de una famosa novela premiada (Nada), que refleja el vacío existencial y de una segunda novela, de menos éxito, pero donde se reflejan aspectos de su conversión (La mujer nueva). Y el de la poetisa Ernestina de Champourcin, conversa durante su exilio en México, después de la Guerra Civil. Además, en el ambiente de la guerra civil, se puede añadir la conversión de Ramiro de Maeztu. Posteriormente, los libros-entrevistas de José Mª Gironella, 100 españoles y Dios; y Nuevos 100 españoles y Dios, permiten reconocer otros rastros e impactos varios. Hay muchas historias interiores, pero, quizá, el pudor español a mostrar la interioridad y también la politización de la posguerra, han hecho que no abunden o no sean conocidos.
5) La veta eslava
En Rusia, un cierto sector de la Intelligentsia, muy desengañado de las ofertas de la ideología comunista, redescubrió sus raíces cristianas (y ortodoxas). Rebroto en ellos el carisma del viejo cristianismo del pueblo ruso. Tenemos el precedente, en el XIX, de la conversión moral de Dostoievsky (y en parte, también, de Soloviev). Dostoievsky sufrió una honda transformación espiritual mientras estaba deportado en Siberia, en lo que él interpretó como un profundo encuentro con las honduras del alma rusa.
Un proceso paralelo se observa en la conversión de Alexander Solzhenitsyn, premio Nobel de Literatura y desvelador del Archipiélago Gulaj. Su itinerario personal está jalonado de encuentros con cristianos en los campos de concentración soviéticos. Allí muchos recuperaron la fe. Muchos testimonios de fe, vivida en los campos de concentración, y en otras circunstancias de martirio, han sido recogidas por Andrea Ricardi, Ils sont morts pour leur foi. La persécution des chrétiens au XX siècle (Plon/Mame, Paris 2002), a petición de Juan Pablo II.
También hay que notar los testimonios de Tatiana Goricheva, que narra su propia conversión y refleja un ambiente de recuperación de lo cristiano entre algunas minorías intelectuales, antes de la caída del muro de Berlín.
6) Otras vetas
Hay más por supuesto, que los que hemos visto. Podríamos incluir, por ejemplo, a la historiadora holandesa Cornelia J. de Vogel. A la novelista sueca y premio Nobel, Sigrid Undset. En Italia, es notable el caso de Israel Zolli (Zoller), rabino de la Sinagoga de Roma, que se hizo católico tras la segunda guerra mundial y dejó un gran relato. Y del escritor Giovanni Papini. En Canadá, el psiquiatra K. Stern, también de origen judío, dejó un estupendo testimonio, además de una honda influencia intelectual.
Constituye un testimonio del todo singular, el de la conversión del doctor Paul (Takashi) Nagaï, médico japonés de cultura sintoísta, pero ateo convencido. Removido por su experiencia clínica, se removió su materialismo y acabó encontrando la fe católica. Era profesor de medicina en Nagasaki cuando calló la bomba atómica y se convirtió en un héroe de la ciudad por su trabajo humanitario y social, y sus publicaciones, que ayudaron a la reconstrucción moral de la posguerra. Cuenta hermosamente sus recuerdos en Les cloches de Nagasaki (Las campanas de Nagasaki).
JUAN LUIS LORDA
martes, 16 de febrero de 2010
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