jueves, 4 de marzo de 2010

“Las leyes impulsadas desde el Gobierno están minando la autoridad de los padres, al establecer que una niña de 16 años pueda abortar sin consultarles

La nueva Ley del aborto, aprobada la pasada semana en el Senado, ha convertido el aborto en un derecho que en adelante poseerá la mujer para matar a su propio hijo. Este paso más del Gobierno responde a un proyecto de ingeniería social que pretende invertir los valores y las raíces cristianas. Conversamos sobre este asunto con el profesor Jesús Ortiz, doctor en Derecho Canónico, que acaba de publicar el libro Creo pero no practico, autor, además, de otras obras de divulgación teológica

La crisis económica está siendo objeto de todas las miradas durante todos estos meses. Sin embargo, ¿no puede ser un reflejo más del materialismo imperante de nuestra sociedad actual? ¿Por qué nos cuesta tanto profundizar en la espiritualidad del hombre?


Me parece que toda doctrina humana se nutre en una determinada antropología. Es decir, la raíz de los problemas está en la antropología. Lo podemos ver en los proyectos sociales, en los programas políticos y económicos, y en las investigaciones científicas. El desarrollo de sus actividades depende de la concepción que tengan del ser humano. Así, si el hijo concebido es considerado como un simple agregado de células, los científicos experimentarán con él y lo manipularán como si no fuera humano. El materialismo lo considera un animal evolucionado que se extingue con la muerte. No hay pervivencia real más allá de esta vida.

En el corazón de las crisis económicas, de los problemas sociales o de las leyes humanas, late siempre una concepción del hombre, materialista o abierta a la trascendencia. Quien promueve el aborto sabe que hace mal puesto que el hijo concebido es un ser humano, no un tumor de la madre. Quienes imponen la “Educación para Ciudadanía”, obsesivamente concentrada en el sexo, imponen una sociedad animalizada, que responderá a estímulos elementales y fácilmente manipulable. Viene a la memoria aquello de “pan y circo”. ¿No es acaso lo que aparece en varios libros de texto de esa asignatura, o lo que exponen algunas series para adolescentes, tantas películas españolas, y muchos programas de “reality show” en televisión?


¿Cómo se puede fomentar una regeneración moral desde la Iglesia y desde los poderes públicos?

El relativismo moral es un cáncer que va minando la salud de la sociedad. Dicen algunos que todas las conductas son equivalentes, y que todas las opiniones son igualmente respetables. Pero eso va contra el sentido común y desvela sus propias contradicciones. En la realidad nadie actúa así, es decir, no le es indiferente que le digan la verdad o le mientan, que le sean fieles o le traicionen, que respeten sus propiedades o se apoderen de sus bienes, que su hija esté embarazada o que no lo esté. Porque, en verdad, todas las personas son igualmente respetables desde el punto de vista ontológico, pero no desde el punto de vista moral. Por eso, hay tribunales para juzgar los delitos y cárceles para protegerse de los ladrones y asesinos. Esos tales han dañado su dignidad moral y la sociedad tiene medios para reeducarlos e intentar integrarlos de nuevo en el camino de las libertades y los derechos.

Por otra parte, el respeto que debemos a toda persona, no exige que lo tengamos a sus opiniones. Porque hay opiniones infundadas o dañinas, y opiniones fundadas o beneficiosas. Cuando uno está seriamente enfermo acude al especialista, pues no se fía de las impresiones suyas o de sus familiares. Podemos decir que las personas son respetables pero no todas las opiniones merecen el mismo respeto. El relativismo moral no se sostiene, y por ello la política, la ciencia o el arte, no tienen la última palabra. Remiten a valores objetivos que marcan sus límites, pues no todo lo que se puede hacer se debe hacer.

Javier Gomá ha publicado Ejemplaridad pública para abordar el problema tan actual de una sociedad pluralista sin valores y sin buenas costumbres. El proceso de socialización está fracasando por una mala educación, por falta de ejemplaridad, y por exceso de individualismo. Pues bien, la educación es el gran medio humano para el desarrollo armónico de los jóvenes, el segundo factor de socialización o integración en la comunidad social. Porque el primer factor es, sin duda, la familia, que educa de modo natural, libre y profundo. Por eso las leyes que distorsionan la realidad del matrimonio entre un hombre y una mujer, nivelándolo a otras convivencias alternativas como son las uniones entre homosexuales, esas leyes van sobre todo contra los más jóvenes. Lo mismo podemos decir de las leyes que promueven el “divorcio exprés” porque generan familias desestructuradas y quitan a los jóvenes los puntos de referencia. No puede extrañar que esos jóvenes desarraigados –sin raíces ni valores objetivos- caigan en el sinsentido de las drogas o de la violencia.

Las instituciones educativas promovidas por la Iglesia, sean los fieles o la Jerarquía, tienen los medios para llevar a cabo una educación integral de los alumnos. Tienen la teología, la antropología y los medios para educar buenos cristianos y buenos ciudadanos. Por ejemplo, la caridad es el “humus” de la solidaridad y de las virtudes humanas. Otro ejemplo es el trabajo, manual o intelectual, considerado desde la fe como la mejor escuela para servir a los demás y contribuir positivamente al desarrollo de la justicia.

Benedicto XVI, en su última encíclica Caritas in veritate, habla sobre la necesidad de la “dimensión trascendente de la persona”. ¿Qué sucede cuando se niega a Dios en la vida del hombre?

El relativismo moral del que hablamos depende del relativismo religioso, según el cual todas las religiones son equivalentes. De ello trato en el libro titulado Creo pero no practico, que intenta hacer una reflexión serena sobre el valor de las distintas religiones y una guía para la fe cristiana. Porque algunos piensan que basta con seguir la religión que han encontrado en su cultura o la elegida después en el “mercado de las religiones”. Aunque no todos caigan en la cuenta, este planteamiento presupone que la religión sólo es un hecho cultural, una creación humana, útil para satisfacer las aspiraciones míticas de los hombres.

El pensador de origen judío, G. Steiner habla de “Nostalgia del absoluto” en una de sus obras, donde reconoce que en la modernidad las grandes religiones monoteístas han perdido relevancia y han dejado de sostener el entramado social. Me parece que tiene razón, en parte, pues así ha ocurrido en el judaísmo y en el islam. Pero también el cristianismo ha rebajado su identidad ante el avance del secularismo, como ocurre con el anglicanismo o el mundo protestante y para muchos católicos el Evangelio ha dejado de ser la razón de su vivir.

Aun reconociendo que este autor tiene parte de razón, puntualizaría que, al menos la Iglesia católica, mantiene la esperanza de la humanidad y se ha renovado en el Concilio Vaticano II. El pontificado de Juan Pablo II ha dejado una huella imborrable de interés por el catolicismo centrado en Jesucristo, y ha despertado el sentido trascendente en casi todo el mundo, recorrido en sus impresionantes viajes. Ahora, el prestigio intelectual y moral de Benedicto XVI va calando en el pensamiento teológico, universitario y científico. Con la segunda observación me refiero a ese “absoluto” de Steiner, en el cual es difícil reconocer al Dios trascendente del judeocristianismo, y menos a Jesucristo, el Hijo de Dios encarnado y salvador del género humano.

Para terminar, pienso que cuando se niega a Dios en la vida del hombre –según me pregunta- se inicia la pendiente hacia el nihilismo. Entonces las fuerzas destructivas comienzan a invadir la vida personal de muchos –la violencia doméstica y las bandas juveniles, es un ejemplo-, que amenazan a la sociedad, como ocurre con el terrorismo bajo la careta de la independencia o de la religión, como pasa con ETA, con el IRA, o en el islam. La aceptación social del aborto, fomentado por leyes laicistas, ha sido señalado muchas veces –empezando por el filósofo Julián Marías- como un signo especialmente significativo del nihilismo que pone en riesgo el futuro de nuestra sociedad occidental democrática.

¿Qué cultura se está fraguando en España como consecuencia de los brotes laicistas relacionados con temas como el aborto, la educación y moral impuestos por nuestro Gobierno?

El catedrático y parlamentario Andrés Ollero manifestaba que ganar unas elecciones no da derecho a ningún gobierno para cambiar el código moral de una sociedad. El laicismo, que no es privativo de España pero se experimenta aquí como laboratorio para exportarlo a Iberoamérica, ese laicismo quiere cambiar las costumbres más básicas, llamando matrimonio a lo que no puede serlo. Quiere enterrar más las raíces cristianas relegando los signos de identidad como la Cruz o las fiestas religiosas. Con su actitud facilitan también ataques frecuentes contra Jesucristo, la Virgen y los sacramentos, perpetrados por pseudoartistas desde el cine y determinadas exposiciones, así como toda una literatura encaminada a manchar a la Iglesia católica. Con la excusa de la libertad de expresión, se lesionan los derechos de la mayoría de los españoles (el 78 por ciento se considera católico) y se enrarece la convivencia.

Las leyes impulsadas desde el Ministerio de Educación, cambiadas de continuo, sitúan a España a la cola europea en calidad de enseñanza, y a la cabeza del fracaso escolar y de la falta de disciplina en las aulas. Porque se ha minado la autoridad de los profesores y de los padres (por ejemplo, estableciendo que una niña de 16 años puede abortar sin consultarles), mientras se inocula a los adolescentes una neurotización sexual, en buena parte desde la “Educación para la Ciudadanía”.

Sin embargo, todavía hay mucha categoría humana firmemente enraizada en las familias y las organizaciones sociales que trabajan de continuo por la calidad de la enseñanza. Los colegios de iniciativa social van en aumento, a pesar de la asfixia económica y administrativa a la que son sometidos por la administración pública, y de la imposición del “dogma de la educación mixta”. Miles de padres pagan impuestos dos veces, a pesar de la crisis: de una parte para sostener las escuelas estatales, y de otra por llevar a sus hijos a escuelas no estatales con ideario netamente católico. Crecen también las asociaciones civiles a favor de la vida, de la familia o de la libertad de conciencia, y las de ayuda a las mujeres embarazadas o maltratadas.

Las instituciones de la Iglesia, como Cáritas o congregaciones religiosas, se ocupan de los necesitados y de los inmigrantes, supliendo las carencias del Estado del bienestar, que lo es sobre todo para los que están instalados en el poder. El escándalo de los sueldos, las pensiones y las prebendas de los políticos –que no son como todos los españoles-; el mantenimiento de los sindicatos como sucursales de partidos de izquierda; y las administraciones autonómicas atiborradas de funcionarios, todo eso, está alejando a los ciudadanos de los dirigentes sociales y fomentando la creación de asociaciones cívicas.

Ante esta situación cuál es la actitud que debe adoptar hombre para encontrarse con Dios

Benedicto XVI recordaba a los participantes en la última Jornada de la Familia de Madrid que la familia es la mejor escuela donde se hacen grandes los pueblos. Así es, porque Dios está en los genes de los hombres y en la raíz de la sociedad. Además la historia de la salvación culminada en Jesucristo sigue desarrollándose a lo largo de los tiempos. Y San Agustín decía que la Iglesia, instrumento universal de salvación, camina en este mundo entre las persecuciones de los mundanos y los consuelos de Dios. Las ideologías conocen su ocaso, los gobiernos pasan, las personas mueren pero el Evangelio sigue siendo Buena Noticia para el tercer milenio, como decía Juan Pablo II.

La religión es un encuentro con Dios y el cristianismo con Jesús, Dios encarnado. La iniciativa viene de arriba como propuesta diálogo amoroso –verdad, amor y belleza es lo mismo en Dios-, que el hombre puede acoger o desechar, porque es libre. En ese libro Creo pero no practico, estudio precisamente esta propuesta de la Palabra de Dios y el sentido antropológico de la fe. Me parece que, cuando alguien dice que no practica, es como si pidiera socorro. Admite que Dios existe pero no sabe cómo relacionarse con Él en la vida real (los declarados ateos en España sólo son un 5 por ciento). Quiere ser una ayuda para superar la credulidad, tan extendida hoy en los horóscopos, el esoterismo y la gnosis, y llegar a la fe como respuesta libre y razonable a la Palabra de Dios.

Tenemos además unos instrumentos espléndidos que son Catecismo de la Iglesia Católica y el Compendio del Catecismo, que invitan a reflexionar sobre Dios, el mundo, el hombre y la sociedad. Me parece que son el mejor antídoto contra el pensamiento débil o las palabras de goma, tan utilizadas por algunos gobernantes. En ellos uno recupera el lenguaje normal, que llama a las cosas por su nombre, y así puede superar la pasividad, dejar la inseguridad y reconocer la genuina identidad cristiana. Algo semejante he intentado el libro mencionado como una guía para vivir con fe, para estar convencidos y con capacidad para transformar la sociedad desde dentro. No hay tiempos buenos y malos porque los tiempos somos nosotros, decía Agustín de Hipona.

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