lunes, 25 de octubre de 2010

JUEGAN A SER DIOS

 Me parece muy oportuno, en estos momentos, leer este artículo del Dr. Orozco

Permítanme un par de párrafos un poco largos de Ángelo Scola,
especialmente sugerentes en estos tiempos:
 
Ocurre a menudo en la historia del hombre que el genio poético, el más capaz de profecía entre todas las formas de genio humano, prenuncia con mucha anticipación, en un lenguaje mítico y simbólico, pero no por ello menos cargado de eficaz realismo, el futuro del hombre con sus implicaciones, a veces dramáticas. Es el caso del Fausto de Goethe que, más de 150 años antes, ofrece una impresionante descripción de la situación actual de la humanidad frente a la terrible capacidad que poseen las ciencias médicas y biológicas no sólo de manipular, sino casi de «producir» el hombre como manufacturado. En la descripción de Goethe se encuentra anticipada in actu exercitu la interacción entre ciencia, antropología y ética que acompaña también hoy a la problemática de la manipulación de la vida humana desde su origen, en su desarrollo y hasta su fin. Problemática que se encuentra bajo el nombre de bioética, aunque el término no haga justicia, lingüísticamente hablando, a la primaria componente antropológica que ella implica. En el Fausto de Goethe se imagina el retorno del protagonista, acompañado de Mefistófeles, a su casa, abandonada desde hace tiempo. Se encuentra con el doctor Wagner, que había sido su alumno e intentaba fabricar un hombre en una probeta (¿no es impresionante que el poeta haya concebido la idea mucho antes de que se comenzara a hablar de ella de modo tan verídico?). Homunculus, apenas concebido —por decirlo de alguna manera—, saluda afectuosamente a su padre, pero después se vuelve súbitamente hacia el tío Mefistófeles (el diablo). En suma, el éxito de la operación de Wagner es diabólico, pues Homunculus no es hombre, sino diablo.
«El episodio se refiere a otro cuadro dominado por la figura de un peligro de raíz diabólica. Me refiero a la narración de la tentación en el Edén. En nombre de qué la Serpiente incita a Eva a comer el fruto prohibido. A través de esta motivación explícita: «seréis como dioses» (Gén 3,5). El nexo resulta fácil: que el hombre fabrique al hombre con sus propias manos coincide con la pretensión orgullosa de erigirse al puesto de Dios o con aquella, todavía peor por ser más mezquina aún, de hacer al hombre a imagen del hombre».
Continuando con la obra de Goethe, el resultado de tal pretensión es descrito adecuadamente en el Fausto II. Wagner no se limita a construir el homunculus en la probeta, sino que proyecta y realiza todo un mundo, un imperio técnico-sociológico, donde permanecen como residuos anómalos dos únicos elementos: una campana que suena (símbolo de lo divino) y una cabaña (símbolo de lo humano). Pero incluso éstos deberán ser eliminados, puesto que impiden la perfección del sistema. Wagner se lo ordena a Mefistófeles. Entonces, cuando el amor divino y el amor humano han sido reducidos al silencio y quemados, se abre en el corazón de Wagner —símbolo de la humanidad de hoy— el ansia, la preocupación que lo corroe como una carcoma y que, al fin, hará sucumbir también a Fausto. Un ilustre científico de nuestro tiempo, Jéróme Lejeune, consciente del terrible significado del Fausto de Goethe, ha afirmado: «Nuestra tarea consiste no en emular a Fausto, sino a quien dijo una vez: "primero no hacer daño; después debemos curar". Esta es la verdadera medicina» .
 
    Angelo Scola se ha entretenido a propósito en el drama de Fausto porque considera que aparecen en él, en una extraordinaria síntesis, todos los términos necesarios para el desarrollo del estudio de los nexos que existen entre antropología, ética y ciencia teniendo como interlocutores privilegiados a los médicos y biólogos. No vamos a entrar a ahora en las profundidades del asunto. Por lo demás, el nexo resulta bastante obvio: todo acto científico, es el acto de una persona, con consecuencias sobre sí misma, sobre la comunidad científica y con mucha frecuencia sobre la entera comunidad humana; hoy más que nunca, cuando «saber es poder» y cuando, además, el acento recae sobre el segundo término, «poder»: poder sobre el hombre; poder del hombre sobre el hombre. Afortunadamente no siempre es así. Pero los hay muy poderosos que se empeñan en que así sea.
 
    Manipulando los sentimientos de los ingenuos, juegan a ser Dios. Ponen la ciencia en manos de la técnica y la técnica en manos de su poder, político y económico. Esta es la realidad. Actualmente el poder dominante carece de ética, por una sencilla razón: carece de antropología. Toda ética supone una antropología: ¿qué es el hombre? ¿de dónde viene? ¿a dónde va? La prensa, la radio, la televisión más o menos crítica –la que se sale más o menos de lo políticamente correcto-, anda muy preocupada sobre "la idea de España" o "de Nación" que tiene el Gobierno. Pero esto es insignificante al lado de la cuestión siguiente: ¿qué idea tienen de hombre, qué idea tienen de persona? Esta es la cuestión fundamental. ¿Y qué idea tienen de verdad y de mentira, de ciencia, y de progreso científico? Porque lo obvio es que no atienden siquiera a lo que la ciencia más estricta -hoy mejor que nunca- sabe del embrión humano desde los primeros instantes de su existencia.
 
    La situación actual es espantosamente fáustica, mefistofélica. La ciencia del Fausto «crea» un mundo artificial caracterizada por una antropología plana y por una ética de la potencia. Un mundo cuya perfección técnico-formal no podrá salvar al hombre de la corrupción y de la aniquilación, al contrario. Visiblemente en la obra de Wagner, en apariencia científicamente perfecta, no se encuentra en acción únicamente la ciencia, sino una antropología carente del conocimiento de la naturaleza misteriosa del hombre; con un éthos de dominio encubierto por el manto de un lenguaje pseudeocientífico y altruista. En realidad andan por caminos de un radical individualismo antipensonalista, del más puro estilo orweliano.
 
    Ayer, muy suavemente, El Comité Asesor de la plataforma científica Hay Alternativas ha recordado que "la Ley de Técnicas de Reproducción Humana Asistida promovida por el mismo Ministerio elimina las infracciones previstas en otras leyes mediante las que se penaba el comercio o la industrialización con seres humanos en fase embrionaria”.
 
    Para la portavoz de la plataforma, el debate sobre células madre se debe plantear "desde el supuesto de que, a día de hoy, la única investigación que ha probado su éxito sanitario y científico es la realizada con las células madre adultas, obtenidas sin necesidad de eliminar seres humanos en fase embrionaria. Por ejemplo, ya existen personas sanas gracias al tejido cardíaco obtenido de células madre adultas del propio paciente”. "Por el contrario, señala la doctora Joya, la investigación con células madre obtenidas de seres humanos en fase embrionaria no han logrado beneficios sanitarios. Y, sin embargo, ésta parece ser la línea prioritaria para el Gobierno". "Pedimos al Gobierno que legisle en materia científica por el progreso de una ciencia al servicio del hombre, y no a favor de una técnica que ponga el hombre al servicio de determinados intereses económicos" (27 de febrero de 2005)
 
    Resumiendo mucho, porque el Proyecto de Ley de Técnicas de Reproducción Asistida es complejo y contradictorio con múltiples normas jurídicas superiores, cabe señalar, que:
 
a. autoriza la generación expresa de embriones para investigar.
b. Permite la clonación humana reproductiva.
b. Fomenta la generación de embriones sobrantes destinados a la investigación.
c. Permite la comercialización, tráfico y uso industrial de los embriones humanos y sus células.
b. Autoriza cualquier tipo de selección eugenésica de embriones humanos.
 
    Jugar así con el ser humano, no es sólo un enfrentamiento, es una suplantación de Dios. Y éste es un juego muy peligroso. Porque Dios no juega así con el hombre y entonces ese juego resulta ser un juego macabro. Los hombres de ciencia lo saben. Unos pocos se venden, y éstos asumen una responsabilidad ante Dios y ante la Historia que no quisiera para mi peor enemigo.
 
    Joseph Ratzinger –hoy Benedicto XVI- ha hecho más de una vez una aseveración audaz, de raíz patrística: «El hombre quiere ser Dios y debe serlo». Pero añade inmediatamente: «pero cuando intenta alcanzarlo, como en la eterna charla con la serpiente del paraíso, emancipándose de Dios y de su creación, alzándose sobre sí y ante sí, cuando, en una palabra, se hace … totalmente emancipado ... como forma de existencia, entonces termina en nada, porque se pone en contra de su verdad, que consiste en remitirse a alguien». Ya se supone quién es ese Alguien.
 
    Precisamente, ayer, el Papa decía algo precioso a los participantes en la asamblea general de la Pontificia Academia para la Vida que va a tratar sobre "El embrión humano antes de la implantación". Puso de relieve que el tema a estudiar «es fascinante, pero difícil y arduo, dada la delicada naturaleza del sujeto que se examina y la complejidad de los problemas epistemológicos que conciernen a la relación entre los datos científico-experimentales y la reflexión sobre los valores antropológicos». La Sagrada Escritura «muestra el amor de Dios por cada ser humano, antes incluso de que se forme en el seno de la madre», de modo que «el amor de Dios no hace distinciones entre el ser humano recién concebido y que se encuentra en el seno materno, y el niño, o el joven, o el hombre maduro o el anciano, porque en cada uno de ellos ve la huella de la propia imagen y semejanza. Este amor sin límites y casi incomprensible de Dios por el ser humano -continuó-, revela hasta qué punto la persona humana es digna de ser amada en sí misma, independientemente de cualquier otra consideración -inteligencia, belleza, salud, juventud, integridad-, etc. En definitiva, la vida humana es siempre un bien».
 
    Benedicto XVI subrayó que «en el ser humano, en cada ser humano, en cualquier fase o condición de su vida, resplandece un reflejo de la misma realidad de Dios. Por eso, el magisterio de la Iglesia ha proclamada constantemente el carácter sagrado e inviolable de cada vida humana, desde su concepción hasta su fin natural. Este juicio moral vale ya en el inicio de la vida de un embrión, antes de que se implante en el seno materno». El Papa continuó diciendo que «quien ama la verdad debería percibir que la investigación sobre temas tan profundos nos posibilita ver e incluso tocar casi la mano de Dios. Más allá de los límites del método experimental, en el confín del reino que algunos llaman meta-análisis, donde no basta o no es posible la percepción sensorial, ni la verificación científica, inicia la aventura de la trascendencia, el compromiso de "proceder más allá».
 
    ¿Consideraciones demasiado elevadas para una mente materialista? No tanto. El científico, sin necesidad de la fe en un Dios personal trascendente, hoy sabe –hay muchos testimonios de esto- que la vida humana, desde su comienzo, apunta al misterio de la trascendencia, de manera que le resulta perfectamente natural oponerse a semejante manipulación del ser humano, aun en su más temprana existencia.
 
    El chantaje de la supuesta intolerancia religiosa, en el mundo occidental ya no cuela. La Ciencia tiene la palabra. La Ciencia ya ha hablado. Cada día lo hace más alto. Y el «no matarás al inocente», no lo convertirás en cobaya, no lo cosificarás, no lo convertirás en tu instrumento, vale para todos, pertenece a la ética universal. Quien no lo admite, niega la dignidad del ser humano como tal, se niega a sí mismo, reniega la humanidad; se autodescalifica en cualquier discurso sobre democracia y libertad.

ANTONIO OROZCO (2006)
ARVO.NET
 

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