Alejandro Llano lo titula de otra manera, La lógica del don (La Gaceta de los Negocios,18/07/09), y lo subtitula "Si prescindiéramos de la generosidad, el mundo se pararía."
En estos tiempos de crisis, tiene mucho sentido tomar en serio lo que dice: "A la lógica del mercado y a la lógica del Estado hay que añadir otro modo decisivo de razonar y conducirse: la lógica del don".
Lo que sigue es la transcripción del reciente texto de Alejandro Llano, colaborador habitual en Scriptor.org:
El trasfondo de la crisis no es económico, sino cultural y ético. La imagen menguada del ser humano lleva consigo una comprensión equivocada de su conducta. La parte se toma por el todo. Si se adopta una visión materialista del hombre, a cuyo comportamiento se accede sólo con parámetros cuantitativos, el modelo de sus relaciones con los demás es el intercambio. La moral, en el mejor de los casos, se reduce entonces a la justicia conmutativa. Pero más radical que intercambiar es compartir. La justicia distributiva tiene primacía sobre la meramente conmutativa.
Los bienes cuantificables son excluyentes, no pueden ser compartidos: tú no puedes estar donde yo estoy. En cambio, los bienes cualitativos son inclusivos: yo sólo puedo estar donde tú estás. La consideración de que la economía se despliega sólo sobre la base de factores cuantitativos es una abstracción engañosa. En las relaciones económicas, hay otros elementos previos y más fundamentales, sin los cuales es imposible cualquier acuerdo. No hay posibilidad de contratos si no hay confianza entre las partes. Y la confianza no se puede estipular, la confianza se inspira: se ofrece y se acepta.
La reciente encíclica de Benedicto XVI, Caritas in veritate, amplía con realismo el esquemático panorama en el que se han movido durante décadas la economía y la política. Se tiende a contar, casi exclusivamente, con el Estado y el mercado; sin advertir que en la base se encuentra la sociedad civil o, más radicalmente, el mundo de la vida, es decir, el ámbito de las relaciones interpersonales de las que procede toda fuerza y todo significado.
A la lógica del mercado y a la lógica del Estado hay que añadir otro modo decisivo de razonar y conducirse: la lógica del don. Los medios simbólicos de intercambio no pueden quedar reducidos al dinero y al poder, porque entonces se produce una deriva entrópica y la relación entre ambas magnitudes no funciona. Más acá del poder y del dinero se halla la solidaridad, que es el decisivo medio de intercambio, en el que ya no rige el simplismo del doy para que me des.
La lógica del don impele a la gratuidad, que rige la mayor parte de nuestras relaciones recíprocas. Si prescindiéramos de la generosidad —del aportar sin esperar algo a cambio— el mundo se pararía. Y en la medida en que así lo estamos haciendo y enseñando, nuestro mundo ha entrado en pérdida y no se va a recuperar del todo mientras no cambiemos nuestro modo de pensar y nuestro estilo de vida.
El avance de la globalización ha sido lo que ha puesto en el disparadero todo un modelo artificioso que, en buena parte, se basaba en ficciones. La mundialización ha mostrado que el poder político orientado hacia el puro interés nacional resulta inane cuando los intercambios se producen a escala transcontinental. Y el propio funcionamiento del mercado se hace ingobernable y produce efectos perversos cuando se persiguen beneficios egoístas, a través de operaciones en las que intervienen multitud de instancias, muchas veces anónimas.
En lugar de este crispado especialismo, la propia globalización impone planteamientos interdisciplinares, enfoques sintéticos, cuya concertación no puede provenir de visiones en las que lo ajeno equivale a lo contrario, y en las que uno sólo puede ganar si el otro pierde. La lógica del don posibilita estrategias en las que los factores distintos se potencian mutuamente, de modo que lo presuntamente inconciliable se revela como compatible.
Se impone superar el dualismo que hoy se establece entre empresas públicas y privadas. El sector de la mutualidad y la benevolencia ocupa ya de hecho amplias superficies de la producción y los servicios. El voluntariado y las organizaciones no oficiales sin ánimo de lucro llevan décadas mostrando su viabilidad económica y su imprescindible eficacia.
¿Por qué los políticos y los empresarios españoles tienen una tendencia tan marcada para cerrar los ojos a estas realidades emergentes? Mejor nos iría si, en lugar de pelearnos por un adarme de riqueza o de influencia, concertáramos nuestros esfuerzos para remontar la crisis y ayudar, en primer lugar, a quienes se están quedando sin nada.
SCRIPTOR
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